Dailan Kifki era un
elefante que todavía tenía los colmillos pequeños. Tenía un buen amigo: un
bombero que lo acompañaba a todas partes. Su nombre era Roberto Lovera y solo
pensaba en ayudar a los demás.
Una tarde estaban
juntos, jugando, y a Dailan le vinieron ganas de volar.
-
¿Volamos?
–Le preguntó a Roberto.
-
¡Eres un
poquito grande para eso!, ¿no?
-
¡Pues yo
creo que si lograra pesar un poquito menos podrías volar!
-
Lo dudo,
amigo mío, ¡te sobran kilos y te faltan alas!
Mientras seguían
jugando, al elefante no se le iba su idea de la cabeza: ir juntos a recorrer el
cielo.
Durante horas cosieron,
pegaron, anudaron, hicieron y deshicieron, porque nada les conformaba, pero a
la noche estuvo lista. Un precioso par de alas de tul de todos colores con
plumitas de celofán, cinta de seda y hasta una escarapela de papel a último
momento.
Al amanecer
emprendieron su vuelo, iban muy contentos cuando, de pronto, vieron una casa
que estaba en llamas. Se lanzaron como flechas para apagar el fuego. Dailan
tomó del río mucha agua que roció sobre ella. Mientras tanto el bombero
rescataba a la familia que, al terminar todo, muy agradecidos les ofrecieron
pastelitos de membrillo.
Más adelante vieron una
niña desesperada por bajar a su gatito que estaba en lo alto de un hermoso
árbol. Con mucho cuidado lo pudieron bajar. El bombero trató que su amigo no
fuera lastimado por las uñas que le clavaba por los nervios. La niña muy
agradecida le regaló una pelota de ovillo de lana.
Mientras disfrutaban de
la tarde vieron una pelota entre las nubes y al bajar la mirada, observaron a
un niño llorando y pidiendo que se la bajaran. ¿Qué hicieron los dos?: tomaron
el ovillo, ataron la pelota y tiraron desde abajo. Contento, el pequeño, los
invitó a jugar con ella.
Luego de tantas
aventuras ya no les quedaron fuerzas para seguir volando, al menos por ese día.
Solo pensaban en comer y dormir. Al llegar a casa, como siempre, tomaron una
rica sopa de avena.
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