En la torre más alta del mundo, allá, cerca de las nubes, se veía una
ventana muy pero muy chiquita. De ella salía la cabeza de un dragón que medía
como 150 metros
de largo, sus ojos eran de color azul, sus alas puntiagudas y tenía garras
filosas. Tiraba fuego por la nariz y por la boca cada vez que se ponía furioso
porque no le gustaba estar prisionero en la torre.
Él solamente se alimentar de bichos, no podía salir por su gran tamaño.
El dragón estaba encerrado porque los soldados del rey lo capturaron para que
el pueblo no estuviera en peligro. Había sido una bestia malvada. Asustaba a
las mujeres y niños, les robaba sus alimentos y pertenecías. Además prendía
fuego sus carruajes cuando entraban al bosque.
Después de 500 años decidieron dejarlo libre porque una bella y joven
princesa fue a la torre, conversó varias
horas con el dragón, él se quedó encantado y decidió ser bueno. Prometió ayudar
al pueblo para que no fuera atacado por monstruos ni por gente malvada o
poseída.
Desde ese momento todos vivieron felices para siempre.
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