Había una vez una tortuga que vivía a
orillas de un arroyo. Cerca de su casa vivía un pavo real que todas las mañanas
bebía agua del arroyo y mostraba su plumaje a la tortuga para que pudiera
admirar la belleza de su cola.
Con el paso del
tiempo lo animales se hicieron amigos.
Un cazador
atrapo al pavo, un día con intenciones de llevarlo y venderlo en el mercado. El
pavo real le pidió al cazador que lo dejara
despedirse de su amiga la tortuga.
Cuando el
cazador llegó, la tortuga se puso muy
triste y le pidió al cazador que soltara a su amigo pero el cazador se rio y le
contestó que le pagarían muy bien por el pavo, entonces la tortuga respondió
que le traería algo más valioso.
Se metió en el arroyo y salió con una perla
que le dio al cazador. El pavo real, ya libre, corrió con su amigo lejos del
cazador.
Al tiempo, el cazador volvió para pedirle a
la tortuga que le diera otra perla a cambio de su amigo.
Como la tortuga sabía que su amigo ya no
estaba, le dijo al cazador que sí, pero que tendría que llevar la otra perla
para traer una igual.
El hombre le entregó la perla a la tortuga.
Al tener la perla, la tortuga salió nadando
hasta la otra orilla y desde allí le gritó: “Por tu ambición perdiste la única
perla que tenías ¡Chau, cazador!” La tortuga se fue muy tranquila y nunca más
volvió a ver al cazador.
Moraleja: la ambición no es buena
consejera.
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