Había una vez una familia
hermosa, formada por un papá, una mamá y tres hermanitos: Agustín, Santiago y
Ana, la más chiquita.
Ellos se habían mudado de la
ciudad a las afueras, a un pueblito muy lejano, en la provincia de Buenos
Aires, porque su papá había encontrado trabajo allí.
Al llegar, buscaron en
varias inmobiliarias una vivienda para alquilar, pero todas estaban ocupadas.
Todos se sintieron muy tristes
y desilusionados, pero justo en ese momento apareció un hombre muy particular,
era alto, con nariz alargada y ojos saltones, que los había visto en varias
inmobiliarias, y les dijo:
-¡Disculpen! Escuché que
buscan un lugar, si quieren y se animan hay una vieja casita en el monte que
está vacía hace rato. Solo hay que limpiarla un poco y no escuchar las voces de
la noche.
– ¿Qué voces? -Preguntó la
mamá.
-Nada, nada ¡Puro cuento! -
señaló el hombre- Además es muy económica.
Entonces toda la familia se
miró y dijo a coro:
-¡Sí! ¡La queremos! ¡Viva!
Tardaron un buen rato en
llegar, ya que había que cruzar todo el bosque, pero cuando miraban para
adelante se divisaba la casita, sola, solita en el monte, como abandonada.
Cuando finalmente llegaron,
todos se asombraron de lo grande que era y rápidamente entraron y comenzaron a
ordenar y limpiar para poner sus cosas. De pronto, la puerta principal se cerró
sola, de golpe, como por arte de magia.
Querían abrirla pero era
imposible, los niños comenzaron a llorar y gritar por el miedo. Unos ruidos muy
extraños provenían de un mueble antiguo, eran como voces siniestras que
aumentaban con el transcurrir del tiempo…
Se acercaron todos y se
reunieron alrededor del ropero para escuchar mejor las voces, parecía que querían
decirles algo.
La casa del monte sigue
sola, solita, con algunas voces en el ropero.
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario