Alumnos de 4° A
Naida, Marcos,
Iván y Morena
Para
todos los que nos enseñaron y nos enseñan para que podamos aprender y crecer
día a día…
¡Los
queremos!
Sintiéndose todavía como en sueños, Nathán, se refregó los ojos y no
desde su cama, donde se había acostado la noche anterior, sino desde una
esquina, desde donde comienza a mirar el lugar que lo rodeaba, deslumbrado y
con asombro.
Como le resultaba desconocido y nuevo para sus sentidos, todo lo que
veía le llamaba la atención, empezando por los vehículos que eran más pequeños,
silenciosos, y coloridos que los que conocía y marchaban de a montones y a gran
velocidad, pero de pronto todos se detenían
a la vez repentinamente, exactamente cuando una especie de velador
gigante que había en las esquinas encendía su luz roja. Cuando se apagaba esta
luz, volvían a marchar al encenderse otra verde.
En las calles había carteles y letreros que prendían y apagaban con
miles de colores anunciando propagandas y publicidades de productos
desconocidos. Había negocios, uno al lado del otro con enormes vidrieras que
mostraban muchísimos modelos raros, como la gente que caminaba por las calles
que lucía muy extraña, con la vestimenta adherida al cuerpo con tonos muy
llamativos y las mujeres con pantalones… ¡Y ajustados! También polleras cortas…
¡Cortísimas! Había construcciones muy altas, tanto que daba la sensación que en
cualquier momento iban a caer. Además, las calles eran de asfalto, no de
tierra.
No entendía, pero por donde
mirara había cosas maravillosas para ver.
Hasta anoche, solo un rato antes de despertar esta mañana, su vida
transcurría en un pueblo de casas bajas, calles de tierra, gente sencilla, más
seria y espacios grandes, pero mucho más tranquilos y con mucho verde.
- ¿Dónde
estaba ahora? ¿Cómo habría llegado a
este lugar tan alocado?
Decidió caminar y, parados en un quiosco, se encontró con tres chicos
vestido como los demás, con zapatillas y ropa colorida y llamativa como la que
mostraba en las vidrieras de esa inmensa ciudad.
Comenzaron a charlar y le comentaron que salían de vacaciones y que
uno de sus amigos les había fallado y no los acompañaría en esta aventura. Le
preguntaron si quería ir con ellos, que lo notaban solo, como mareado y
perdido, a lo que él les contesto que sí, que era real, que se sentía confuso y
que iría con ellos con mucho gusto.
Ya en el auto y en camino a las afueras, ya en el campo, le preguntaron su nombre y se
presentaron como: Jony, Gastón y Matías y le comentaron que acababan de
terminar la secundaria.
De repente el paisaje empezó a tornarse familiar, por eso pidió que
detuvieran el automóvil, y con asombro, a medida que miraba, seguía sintiendo
la misma sensación. Este lugar no era desconocido para él como todo lo demás.
Reconoció la cúpula y las campanadas de la iglesia, que sonaban por la
agitación que provocaba el gran viento que soplaba y también la plaza frente a
ella. Esto sí, se veían muy distintos que en su recuerdo ¡Todo el pueblo estaba
abandonado!
El vehículo avanzó lentamente y sus ojos no podían creer lo que veían
a su paso, los pocos negocios que había estaban cerrados y vacíos, con los
vidrios rotos, la salita de primeros auxilios y su cartel anunciante semicaído
y retorcido, un auto todo oxidado y en muy malas condiciones, como si hubiese
estado allí por mucho tiempo.
El cuartel de policía y bomberos no se veía distinto a lo demás, los
portones estaban enganchados con cadenas y candados que mostraban el correr del
tiempo, como la pintura, la madera y las paredes.
No había duda, era su pueblo natal donde había nacido y vivido hasta
hacía pocas horas ¿Qué habría pasado? ¿Por qué lo habrían abandonado? ¿Y él?
Estaba muy desconcertado y este
sentimiento se profundizó y acrecentó, cuando uno de los chicos hizo un
comentario:
- Es increíble que en el año
2014 se encuentre a pocos kilómetros de la ciudad un pueblo abandonado como
este, ¿qué habrá sucedido?
Cuando de repente, allí estaba su casa, su casa en la que sentía que había
vivido hasta el día anterior ¡Pero no podía ser!
Él vivía allí en el año 1950, cuando tenía solo 10 años. Si seguía
siendo un niño de esta edad y no un hombre de 74 ¿Cómo viajó en el tiempo?
¿Cómo está en el futuro?
Era todo un misterio, un enigma, y tan extraño que ni siquiera quería
comentar una palabra ya que pensarían que estaba loco.
Pidió nuevamente que detuvieran el auto, bajó y caminó hacia su casa,
donde recordaba que no deseaba vivir por la gran tristeza y la inexplicable
angustia que la energía negativa existente provocaba y donde se sentía cosas
extrañas, voces, ruidos, puerta que se abrían y se cerraban, cosas que se
movían, cuadros que se caían solos, escaleras que rechinaban porque sí… y más…
mucho más…
¡Ah! Y también la luz mala de la que todo del pueblo hablaba. La luz
que emanaba debajo del gran ombú inexplicablemente. Nathán observa el aspecto
externo de la casa, era de abandono como todo su entorno. El terreno que
circundaba la casa estaba plagado de yuyos y cardos altísimos, pero esto le
pudo acercarse agachado y ocultándose detrás de ellos, lo que le permitió
sentir menos miedo. Así fue avanzando en zigzag y sin dejar de mirar la puerta
de entrada de la casa, hasta que tras uno de sus movimientos sintió una mano en
su hombro y se estremeció del susto.
- Soy
Matías no te asustes. Vine a acompañarte.
Con un palo Mati se animó a empujar la puerta que se abrió lentamente.
En el interior había una espesa oscuridad y un feísimo olor a encierro. Solo se
veía oscuridad cuando se escuchó un ruido como de ratas o de algún otro bicho
que buscaba refugio en algún agujero, entre los podridos listones de madera del
piso. Nathán empujó suavemente a Matías y pasaron al interior. Abrió con
dificultad una ventana y con el ambiente un poco más iluminado pudieron revisar
la casa en detalle. Telarañas, polvo, muebles vencidos y el horrible cuadro de
su familia que miraba al frente con ojos espectrales y su ausencia… Todo estaba
húmedo y sombrío y mucho, muchísimo peor que en sus recuerdos porque ahora se
trataba de una casa abandonada.
Volvió al auto totalmente desesperado y sintiéndose más perdido que
nunca.
Decidió contarle a sus amigos quienes le creyeron al mirar sus ojos
llenos de lágrimas y su cara con angustia, cuando de repente vieron que de una
de las otras casas se asomaba un señor. Lo llamaron.
Era un investigador que les contó que estaba allí para averiguar el
caso de este pueblo abandonado. Primero la luz mala y luego el niño
desaparecido de la casa misteriosa.
Uno de los adolescentes le pregunto:
- ¿La luz mala, dice usted?
-Sí, -le contesto Walter el detective-. Mala, para los malos. Todas son luces las que
salen de noche en el campo.
Además ahora sabemos que la luz mala es un efecto lumínico
fosforescente provocado por la mezcla de
dos gases que están presentes en los huesos por eso se la encuentra en
pantanos, cementerios o aguas estancadas. El efecto es tan común que en casi
todos los pueblos del mundo tienen creencias que relacionan esas luces
misteriosas con seres del más allá.
También sabemos que Don Braulio, dueño de la panadería del pueblo fue
asesinado y sus resto enterrados por quien lo mató debajo del ombú. Por eso las
luces provenían de ahí.
Lo que no puedo explicar lógicamente, son los ruidos y cosas extrañas
que sucedían en la casa misteriosa, si era real o no, que el fantasma del
fallecido los provocaba pidiendo ayuda, o si fue realmente tanto el deseo del
niño desaparecido de no vivir en esta casa, lo que lo hizo esfumarse, como
comentaban los vecinos, que finalmente abandonaron el pueblo cuando comenzaron
a crecer las luces malas y ser vistas por distintas partes del campo. Claro que
hoy sabemos que pertenecían a distintos animales, cuyos restos quedaron
esparcidos por varios lugares de los campos. Lo que aún no puedo explicar es
donde fue a parar el niño ni tampoco si algún día lo sabré.
Nathán comenzó a entender todo o casi todo después del diálogo con el
investigador, y sus amigos también, quienes después de escuchar toda la
historia se solidarizaron y prometieron ayudarlo.
Siguieron camino, pero ahora en busca de ayuda. Fueron de una adivina
y les dijo que tendrían que ir a buscar un baúl al cementerio para llevarlo a
la casa de Nathán, pero en absoluto secreto si no perderían la posibilidad de
que él volviera a su época.
Los chicos, al día siguiente, se disfrazaron con unas tupidas barbas
rojizas y negras, pelucas, camperas y debajo un arnés de goma espuma con el que
consiguieron cuerpos mucho más grandes.
Por último se pegaron un bigote y apagaron la luz de la habitación.
Abrieron la ventana que se situaba en el primer piso, y salieron evitando
cualquier ruido, y todos por fin se dejaron caer suavemente en el estacionamiento
del hotel. Miraron hacia un lado y hacia el otro y comenzaron a caminar entre
los coches, se treparon encima de unos cajones y con esfuerzo pudieron subirse
a la pared.
Caminaron por el borde haciendo equilibrio hasta llegar a un árbol y
pudieron bajar a la vereda.
Caminaron apurados y a dos cuadras del hotel Jony sacó las llaves del
bolsillo y abrió la puerta de una combi blanca que habían alquilado y tenía la
inscripción de mudanzas.
El vehículo marchó lentamente por una avenida y enseguida se perdió en
las desoladas calles transversales.
Poco después se detuvo y entró al cementerio. No
fue tan complicado para los chicos abrir ya que habían llevado herramientas que
los ayudarían, entre las que había una masa, una pinza, una ganzúa, etc. Pero
nada de eso fue necesario porque apenas empujaron la gruesa puerta de bronce se
abrió.
Habían entrado al cementerio poco después de las
cinco de la tarde y para no despertar sospechas se habían ocultado en una parte
a medio construir, donde se asomaban materiales, tirantes y andamios.
Cuando fueron las veinte horas buscaron el
panteón y empujaron la puerta. Adentro estaba todo en penumbras, salvo un
mínimo reflejo que producía un vitral que había en el techo.
Gastón encendió la linterna y, como estaban
apretujados en la entrada, se asomaron a ese reducido y sombrío espacio. El
olor a flores era inmenso. Mareaba. En el centro de ese espacio había un
lustroso ataúd de madera oscura apoyado sobre una mesa de mármol. En la pared
derecha había imágenes religiosas y un retrato que no podía ser más que del
muerto. Al frente una pared desnuda y en el piso de un lado, un jarrón enorme
con flores y del otro el tan deseado baúl.
-Hay que
sacar el baúl dijo Jony, después de un largo minuto de silencio.
-¿Por
qué no usamos el baúl acá y terminamos de una vez con todo esto? Dijo Nathán.
-No, no
podemos, es demasiado riesgoso, el baúl tiene que estar en la casa misteriosa,
dijo Matías.
Empujaron y arrastraron el baúl por todo el
cementerio. Era una noche completamente oscura, sin Luna y solo podían avanzar
tanteando las paredes de las bóvedas y los nichos, ayudados por la pequeña luz
de la linterna.
Por fin llegaron a la salida, subieron el baúl a
la combi y emprendieron el camino a la casa. Cuando llegaron y quisieron abrir
las puertas de la camioneta no pudieron, estaban trabadas. Después de unas
horas y varios intentos fallidos, el reducido su interior era asfixiante.
Durante horas habían intentado en vano abrir,
hasta que en cierto momento escucharon un sonido, como un ¡clic! Probaron abrir
nuevamente y como un milagro lo lograron sin saber cómo.
Ya era la madrugada, entraron finalmente a la
casa, muy temerosos, pero sabiendo que estaban por cumplir con su promesa. Y
con el baúl ubicado, solo faltaba que Nathán entrara en él, como lo había
pedido la bruja. Se despidió y agradeció a sus amigos y les dijo que a partir
de ese momento serían del “alma”, y se introdujo en el pequeño espacio del
baúl.
Fue entonces cuando vieron que la tapa se
levantaba unos centímetros y que se asomaba una mano, como agradeciendo por
última vez todo lo vivido juntos.
Los chicos miraron con cara de espanto, no iba a
ser que por esta pequeñez su amigo no pudiera dejar el 2014. Se miraron y los
tres adolescentes rápidamente se sentaron sobre la tapa del baúl.
Cuando Nathán despertó, nuevamente como de un
sueño, tomó noción que el espacio en el que se estaba moviendo era muy pequeño
y oscuro, sintiéndose como un viajero dentro de un furioso remolino, lo que le
provocaba una sensación de mareo muy desagradable y a su vez comenzaba a
escuchar un sonido muy fino y molesto proveniente de afuera.
Cuando esta sensación se fue un poco y el chico
pudo abrir los ojos, aún sin vencer del todo ese estado de confusión, pudo
darse cuenta que ese lugar extraño era el baúl.
Antes de salir, trató de correr una chapa que
tapaba el orificio de la cerradura y se lastimó la mano, pero no le importó
porque empezó a ver a través de él y a escuchar cosas familiares, agradables,
con extrañeza pero con mucha, mucha alegría pudo ver su bicicleta apoyada en la
pared, la cucha de su perro con su almohadón, que el año anterior había hecho
él y su papá, y lo más hermoso, escuchó a su madre que le gritaba: -¡Hijo!
¡Salí ahora mismo de ahí!
El grito de su mamá terminó de volverlo a la
realidad. Estaba saliendo del baúl
y pese a la cara de reproche de su madre, no pudo menos que sonreír al entender
que al fin había vuelto a su época, a su casa y a su pueblo.
-¿Te
lastimaste? – Le dijo su mamá.
-¡Vení
al baño que te curo la herida!
El recuerdo de la extraña aventura y la larga
cicatriz lo acompañarán toda la vida.
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