Había una vez un león joven llamado Toby, era un león muy
fuerte, musculoso, bueno y tenía una gran melena esponjosa. Vivía en África con
toda su familia.
Toby era el jefe de su manada, tenía mucho poder, pero tenía un
problema que lo preocupaba mucho: no sabía cazar porque su papá nunca le había
enseñado. Él sentía vergüenza por ello y quería aprender pero no se animaba a
pedir ayuda.
Un día, el papá de Toby llamado Rudy, fue chocado por una
manada de rinocerontes, quedó muy lastimado. Cuando su manada lo encontró lo
llevó a su casa. Mientras lo cuidaban, Rudy le contó a su hijo que él tampoco
sabía cazar, porque nunca le habían enseñado. Toby le dijo a su padre que él
necesitaba aprender a cazar pronto porque así podría proteger a su manada.
Los dos leones se pusieron a pensar quién podría enseñarle
a cazar a Toby y decidieron llamar a su padrino Roki, que era un gran cazador.
Practicaron primero con los pajaritos, pero se le escapaban volando.
Después practicaron con los sapos pero se le escapaban saltando, más tarde
practicaron con las garzas pero se iban volando antes de que las pudiera
alcanzar, hasta que un día Toby pudo cazar una cebra y todos festejaron
con un gran festín.
Una tarde cuando todo era paz y alegría, dos de los
cachorros de Toby fueron a jugar al río y de pronto se encontraron con tres
hienas hambrientas que quisieron comerlos. Entonces llegó Toby, atacó a las
hienas y las asustó tanto que se fueron para nunca más volver.
Desde entonces, Toby y su manada fueron felices para siempre y se
sintieron todos protegidos por el valiente jefe.
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