Esta historia comenzó una noche de tormenta en la mansión del señor Román
Wall, dueño de una enorme fortuna, que tenía solamente una heredera, su sobrina
Elena Wall, la hija de su hermano Axel
que había muerto hacía algunos años. Esa noche alguien entró en la
mansión y robó de la caja fuerte el ojo del faraón, un enorme rubí muy valioso.
Al día siguiente encontraron que
faltaba la joya, estaba todo desordenado y habían dejado una máscara en el
escritorio con un mensaje que decía: si quieren recuperar el ojo del faraón
deberán pagar cinco millones de dólares, otro día daré más instrucciones,
firma: la máscara.
Luego de leer la nota el señor Román y su sobrina decidieron llamar al
detective Mike Malon para que investigara el robo.
El detective se
presentó y empezó a preguntar para poder resolver el caso, comenzó por el señor
Román.
-Señor Román ¿Hace cuántos años usted es dueño de esa joya llamada el ojo
del faraón?
-Es una herencia, está en la familia hace muchas generaciones, es una joya
que perteneció a un faraón egipcio, mi bisabuelo contaba que la descubrieron en
una expedición buscando tesoros y desde
entonces nos perteneció.
El detective siguió haciendo preguntas:
-Señor Román, ¿usted no tiene más familia que su sobrina?
-No, no tengo a nadie más, mi sobrina Elena es mi única heredera, cuando mi hermano menor, Axel, murió
trágicamente en un incendio me hice
cargo de Elenita, ella era una niña. Ema, su
madre, era una bella mujer que había quedado viuda muy joven, pasaron
los años y me casé con ella, adopté a mi sobrina pero siempre me llamó tío, no
quería que se olvidara de su padre, mi querido hermano.
-¿Y qué paso con su esposa, la señora Ema? -preguntó muy interesado el
detective.
-Mi esposa falleció hace unos años, siempre tuvo una salud muy delicada.
El detective Malon siguió
haciendo preguntas a Román sobre
el accidente de su hermano, le preguntó cómo y dónde había muerto.
El señor Román dijo que de ese tema no quería hablar frente de su sobrina, era algo muy triste
para que ella lo escuchara, entonces Malón le pidió a Elena que se retirara
para poder conversar con su tío.
Cuando
Elena salió de la sala, el detective le
comunico al señor Román que la tumba de
su hermano se encontraba vacía, que no había restos humanos, solamente piedras.
Román asombrado no entendía lo que estaba diciendo el detective, se quedó
pensativo, empezó a temblar y de pronto le dijo a los gritos que se fuera de su
casa, que era un loco delirante.
Pero el detective le pidió al señor Román
que se calmara así podría contarle sus sospechas. Tomaron asiento y Malón
empezó a relatar su investigación.
Y comenzó así: el día que usted llamó a mi oficina para denunciar el robo
de la joya comencé a investigar sobre su familia y el origen del ojo del
faraón, y descubrí que su familia tenía
una tradición y era que el hijo mayor heredaba la joya.Ese testamento estaba en la caja fuerte de la mansión que se incendió el
día que su hermano murió.
Llegué a la conclusión de que su hermano, Alex, esa noche había ido a destruir el testamento
pero tuvo mala suerte, algo salió mal y seguramente tuvo quemaduras muy graves,
por eso decidió desaparecer y simuló su muerte para que no vieran como había
quedado desfigurado.
Estuve hablando con la gente de un pueblo alejado de esta ciudad y contaban
que siempre veían por las noches a un hombre con la cara cubierta con una
máscara, nadie sabía su nombre, lo llamaban el hombre de la máscara, jamás
pudieron ver su cara y algunos decían que se ocultaba detrás de ella para tapar
su deformidad.
-No lo entiendo, dijo Román…
-La razón es muy sencilla , cuando vio su cara después del incendio decidió
ocultarse para que nadie lo viera y planeó robar la joya para tener dinero y
poder operarse en Europa, no soportaba que lo vieran así.
Con el paso de los años su odio creció cada vez más y cuando se enteró que
usted se había casado con la señora Ema se hizo inmenso. Eso es lo que cuenta
en el pueblo, parece que cada vez que iba al bar se emborrachaba y soltaba la
lengua contando detalles de su vida,
pero nunca dio ningún nombre, solo hablaba de personas sin nombres ni
apellidos.
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