Dedicado a:
Nuestras familias
y a todas las seños.
Hércules
era hijo de Zeus, dios de los dioses y esposo de Hera, pero el niño no era hijo
de la diosa, el gran amor del gran dios, era Alcmena una humana joven y bella.
Ese amor no era correspondido, el dios muy enojado tomó la forma del esposo de
la muchacha y engendraron a Hércules, un bebé héroe ya que sus padres eran un
dios y una humana.
El
niño creció y se convirtió en un gran guerrero y desde su nacimiento tuvo que
soportar las maldades de la esposa de su padre que lo único que esperaba era
verlo muerto.
El
héroe se enamoró de Mégara una joven muy hermosa con quien se csó y tuvieron
hijos. Hera al verlo tan feliz le envió un rapto de locura en el que mató a su
familia. Al ver lo que había hecho no podía creerlo y sin consuelo decidió
caminar hasta el templo de Apolo y solicitar su penitencia.
El
dios del sol lo envió a Micenas, donde debería servir a su primo el rey
Euristeo, durante trece años, realizando trece trabajos que él le impusiera.
Hércules
llegó a Micenas y su primo le encomendó los peores trabajos con la intención de
que perdiera la vida. Debió atrapar al
León de Nemea, La Hidra de Lerna, La Cierva dorada entre otros.
Pasó
doce años arriesgando su vida, pero llegó el gran momento, Hércules realizaría
su décimo tercer trabajo y así lograría pagar por su crimen. Se acercó al trono
de Euristeo y el malvado le encomendó la tarea.
“Deberás
matar a los dos dragones de Limea y traerme sus cabezas”, dijo el rey.
Hércules
sabía que el encargo no sería nada fácil, los dragones tenían aterrorizado a
todo el pueblo y hasta los guerreros más valientes habían muerto bajo sus
garras.
Luego
de navegar durante varios días llegó al lugar donde se encontraban las fieras.
Se
escondió a observarlos y planear su estrategia, las bestias comían cuanto ser
vivo se atravesaba en su camino, con el aliento de fuego los cocinaban y en
segundos eran devorados, tenían una piel muy dura y sus garras parecían de
metal.
Pensó
en atacarlos con flechas pero su experiencia le decía que no daría resultado.
De
repente apareció frente a él una vieja sabia, era Gea su abuela, que le explicó
que no sería nada fácil terminar con ellos pero que era tiempo de terminar con
el asecho de estos animales, le dijo que una vez más lo ayudaría y le entregó
una espada de oro con la que podría cortar hasta la roca más resistente.
Verás
tú la forma de atraparlos. Yo te propongo que los extermines y luego los
encierres en mi vientre así Hera no podrá llegar a sus cuerpos y hacer más
maldades. Hay que recordar que Gea era la representación de la Tierra.
Hércules
se acercó pero los animales eran muy rápidos y con un pequeño aliento quemaron
su brazo, el héroe retrocedió al bosque donde con la espada abrió la tierra
hasta lo más profundo de ella, tanto que la punta del instrumento se había
derretido por el calor.
Tomó
su red y la colocó atadas a dos árboles, muy tirantes y las tapó con ramas.
Tomó su mazo y corrió hacia las bestias, con todas sus fuerzas, les dio un
golpe en una de sus piernas y comenzó a correr hacia el bosque, que para ese
momento ya estaba bastante oscuro. Eludió la trampa pero las fieras no lo
lograron y quedaron enredadas en ella. Con cadenas, el forzudo hijo de Zeus, aprisionó
a los dragones, tomó la piel del León de Nemea y con sus garras cortó sus
cabezas y arrojó los cuerpos en el hoyo que había realizado.
Gea
reapareció para asegurarle a su nieto que ya su travesía había terminado y que
las fieras no molestarían nunca más.
Cuando
Hércules volvió a Micenas y Euristeo vio las cabezas quedó tan asombrado que no
pudo más que felicitarlo y darle la paz que tanto necesitaba.
El
héroe salió de Micenas en busca de nuevas aventuras.
Autores: Agustín Albornoz
Ariel, Silva
Ezequiel, Romero
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